Producido por Ted Templeman , el mismo cerebro detrás de los grandes éxitos de Van Halen, el álbum fue recibido con tibieza por la crítica y con indiferencia por el público.

Texto por:   @AvanzadaMx  | Fecha: 15/07/2025

Pocas bandas tienen la fortuna de capturar su momento clásico justo cuando ocurre. La historia del rock está plagada de discos que llegaron tarde o demasiado temprano, víctimas de las circunstancias, de la industria o de sí mismos. En el caso de Aerosmith, Done With Mirrors es ese disco. No por falta de talento, ni por escasez de ideas, sino porque simplemente apareció en el momento equivocado.

 

 

A comienzos de los años ochenta, Aerosmith parecía un barco hundido. Las drogas, los egos y los conflictos internos habían hecho estragos. Joe Perry, el eterno guitarrista de riffs demoledores, se había separado de la banda, harto de las discusiones con Steven Tyler y del caos que parecía traspasar incluso su vida personal. En ese punto, era un milagro que la banda siguiera existiendo, mucho menos pensar que lanzaría un nuevo álbum.

 

Pero lo hicieron. Y cuando Perry regresó al redil, la química volvió a encenderse. No estaban sobrios, no estaban en la cima, pero algo se respiraba en el aire durante la Back in the Saddle Tour. Esa chispa los llevó al estudio, donde grabaron Done With Mirrors (1985), el disco que marcaría el principio de su renacimiento… aunque el mundo no se diera cuenta en ese momento.

 

Producido por Ted Templeman , el mismo cerebro detrás de los grandes éxitos de Van Halen, el álbum fue recibido con tibieza por la crítica y con indiferencia por el público. La escena había cambiado: el glam metal dominaba MTV, y Aerosmith, alguna vez pioneros del exceso y la actitud, parecían viejos conocidos tocando a puertas cerradas.

 

Sin embargo, Done With Mirrors tenía filo, tenía fuerza y tenía corazón. Temas como “Let the Music Do the Talking”, reciclado del proyecto solista de Perry pero con letra nueva de Tyler, eran una auténtica patada en la cara a cualquier banda de hair metal que reinaba en ese momento. De hecho, esa energía cruda y sin filtros parecía anticipar el rock callejero que Guns N’ Roses abrazaría pocos años después.

 

A pesar de todo, Perry nunca quedó del todo satisfecho con el resultado. Años después diría: “Sería divertido retomar esas canciones. Ojalá pudiéramos grabarlas de nuevo. Serían cien por ciento en lugar de 85% en la escala de Richter”. No era una cuestión de composición, sino de producción. Templeman, pese a su historial, no logró capturar el alma completa de una banda que aún estaba saliendo del fango. La verdadera redención llegaría después, con Permanent Vacation (1987), de la mano de Bruce Fairbairn y Bob Rock, quienes les darían el sonido bombástico que necesitaban para reconquistar al mundo.

 

Pero Done With Mirrors merece justicia. Aunque imperfecto, es un retrato brutalmente honesto de una banda en reconstrucción, con cicatrices aún abiertas pero con el pulso intacto. Escucharlo hoy es como ver a Aerosmith desde lejos, sí, pero con una claridad que a veces solo los años pueden brindar.

 

Quizás no sea su obra maestra. Quizás no esté en las listas de sus mejores discos. Pero si hay un álbum que encapsula la resiliencia, la rabia contenida y la necesidad de volver a empezar, es este. Porque en Done With Mirrors, Aerosmith no solo volvió a tocar, volvió a creer.