Antes del metal o el punk, Lemmy ya escuchaba la música popular de la posguerra.
Creció entre melodías suaves, antes de que el rock existiera.

Texto por: @AvanzadaMx | Fecha: 08/06/2025
Hay algo sagrado y casi jerárquico en el rock and roll. Por más que nuevas bandas intenten reinventar el género, estirarlo, romperlo o llevarlo hacia territorios insospechados, siempre habrá un punto de retorno: alguien ya lo hizo antes, y probablemente lo hizo con más desenfreno. Pero si hay algo que distingue a los grandes no es la innovación por sí sola, sino el compromiso absoluto con la esencia. Y ahí, en ese núcleo crudo y visceral, está Lemmy Kilmister.
Motörhead, el icónico trío liderado por Lemmy, a menudo es simplificado como una máquina de ruido sin matices. Nada más lejos de la verdad. Si bien la voz rasposa de Lemmy parecía inalterable, una marca registrada tan poderosa como un riff de guitarra bien ejecutado, su trayectoria musical abarcó mucho más que velocidad y distorsión. Desde la furia sónica de Overkill hasta las texturas narrativas de 1916, sin olvidar los inesperados desvíos al blues en temas como Whorehouse Blues, la banda se movía con soltura entre registros, siempre fiel a su causa: tocar rock and roll sin disculpas.
Pero para entender a Lemmy, hay que rastrear sus influencias. Antes del metal, antes del punk, incluso antes de que el rock fuera “rock”, Lemmy ya estaba empapándose de música. Creció escuchando lo mismo que la mayoría en la Inglaterra de posguerra: Rosemary Clooney, Bing Crosby, melodías suaves para amenizar cócteles. Sin embargo, algo cambió cuando escuchó a Little Richard. Ese grito primitivo, esa energía sexual y liberadora que emanaba de canciones como Tutti Frutti o Long Tall Sally no solo le voló la cabeza, le dio una dirección.
Little Richard no solo fue un pionero del sonido, fue un revolucionario del estilo y la actitud. Con su estética andrógina, su falsete desbocado y su presencia escénica, Richard sembró el caos justo donde se necesitaba: en la mente de los jóvenes que querían algo distinto. Paul McCartney, Mick Jagger, Robert Plant… todos tuvieron ese primer momento de epifanía al escucharlo. Lemmy no fue la excepción.
“Little Richard me inspiró para cantar”, dijo una vez Lemmy. “Tenía la voz más pura y alegre del rock and roll. Sin duda no le interesaban las chicas: era el rey y la reina del rock. Había música genial en esa época, y ahora todo parece haberse ido al carajo. Sé que sueno como un viejo cascarrabias , y lo soy, pero es la verdad.”
Y es que Richard no solo influenció a los que vinieron después, los moldeó. Desde la estridencia elegante de Led Zeppelin hasta la brutalidad melódica de Soundgarden, su influencia persiste, incluso en las generaciones que no lo vivieron directamente. Su legado no está confinado a los 50, está incrustado en el ADN de cada vocalista que se atreve a gritar desde las entrañas.
Lemmy jamás buscó coronas ni reconocimientos. Él simplemente hizo lo que sentía. Pero en esa autenticidad, terminó encarnando el arquetipo del rockero definitivo. Un guerrero de la distorsión con alma de cronista, un alumno eterno del ruido. Y si hay alguien a quien reconocía como su maestro, ese era Little Richard. Porque antes de que existieran subgéneros, etiquetas o debates sobre lo “auténtico”, hubo un grito, una canción incendiaria, y un chico que decidió que quería hacer eso el resto de su vida.
El rock no muere, solo cambia de forma. Y mientras exista alguien que escuche un viejo vinilo de Little Richard y sienta el impulso de prenderle fuego al mundo con su guitarra, el linaje seguirá vivo. Lemmy lo sabía. Y nosotros también.